La mentalidad global en un país facilita la apertura al mundo para la venta de sus productos y servicios. Esa manera de entender el crecimiento, genera ingreso de divisas, aumenta las reservas, resguarda el valor de nuestra moneda, y produce un efecto sinérgico de fortalecimiento y aprendizaje en todo el ecosistema que interviene en el Comercio Exterior: desde la infraestructura hasta los productores, operadores, transportistas, y profesionales “Comex”.
En 1980 las exportaciones argentinas de bienes y servicios representaban 7,99% en todo América Latina y también 0,40% del total mundial. En 2020 bajamos a 5,29 y 0,28% respectivamente. En otras palabras, perdimos 30% de participación global y 34% en Latinoamérica.
¿Qué nos pasa?
La mentalidad global no se construye en un año o en cuatro: es un objetivo a largo plazo y su desarrollo debería ser incuestionable y transversal a todos los gobiernos y sus banderas políticas. Es la única manera de crear riqueza y mejores salarios en un mundo crecientemente interconectado. Opuestamente, el modelo que propone el gobierno argentino, penaliza a los productores, los asfixia tributariamente y les esquilma la renta para financiar los déficits y sostener la demagogia. Pone a la Argentina de espaldas al mundo y dificulta el fortalecimiento de sus políticas comerciales internacionales.
Como cordobés, me toca asistir al ataque contra la industria del maní, una de las más sólidas del mundo. Hace unos días la AFIP estableció valores arbitrarios de referencia del maní blancheado, obligando a los productores a pagar, en ciertas ocasiones, un mayor porcentaje real de retenciones (7%). Uno de los problemas es que existen muchas calidades diferentes del maní, de modo que no todo se vende por el mismo valor de referencia. El otro problema es el encarecimiento de los fletes en todo el mundo, provocando la pérdida de rentabilidad de este sector en especial. O sea, en vez de recortar las retenciones para ayudar al sector productivo, les están dando el tiro de gracia para terminar de destruirlos. Este es uno de tantos ejemplos de legislaciones que fueron debilitando nuestra posición comercial ante el mundo.
La falta de mentalidad global, entre otras consecuencias, ha puesto en jaque al Mercosur, que nos integra con nuestros principales socios estratégicos. No debería sorprender que Uruguay haya iniciado sus propios acuerdos por afuera para llegar al mercado asiático. Brasil, Paraguay y Chile (estado asociado) también avanzan por un camino diferente al nuestro, con más apertura y más apoyo a la producción. Simplemente no podemos pretender avanzar como socios si exhibimos modelos políticos y de desarrollo tan opuestos.
El círculo vicioso se acelera con legislaciones anacrónicas. Uno de los casos más absurdos es la ley de biocombustibles, redactada a contramano de la sustentabilidad y el mundo, que además ha golpeado duramente a las economías regionales.
Existe una interdependencia fuerte entre el sector privado y el estado. En Argentina, las políticas de estado generan productores agraviados, emprendedores frustrados, exportaciones de bajo valor agregado, economía que decrece, salarios que se diluyen contra la inflación, en definitiva: un país progresivamente devaluado inmerso en un mundo que amplía y amplía sus mercados y nos relega cada vez más.
La pandemia afectó a todos los países, pero desnudó aún más la vulnerabilidad del nuestro. Los problemas logísticos que se desencadenaron por el aumento del comercio electrónico y el COVID (cerrando los puertos de trasbordo), provocó que nuestros exportadores tengan dificultades extremas para conseguir contenedores y realizar el transporte de sus productos. Adicionalmente, se suman la escasa relevancia del país en el comercio internacional y el encarecimiento de las
importaciones. En conclusión, las navieras están menos interesadas en cargar mercadería en nuestros puertos y si vienen al continente, prefieren los puertos de Brasil. Y para colmo de males, este mismo gobierno, ineficiente y de mentalidad cerrada, es el que ha tomado el control de la Hidrovía que mueve el 80% de las exportaciones. ¿Qué experiencia tienen? ¿Cual es el plan de inversiones en infraestructura? ¿Cuál es el objetivo a mediano plazo? Todas incógnitas que generan mayor desconfianza a quienes intervienen en la cadena.
La falta de mentalidad global en el diseño de nuestras políticas son las responsables del “costo argentino”, que nos vuelve inviables a la hora de recibir inversión extranjera directa. Años y años de inseguridad jurídica, incoherencia fiscal, obsolescencia ideológica, falta de mentalidad global y falta de modernización, son los pilares que sostienen el desastre que ha sufrido nuestro país en términos económicos.
Los países cuyas economías lograron ser relevantes en términos de participación en el comercio mundial, han consensuado el objetivo a largo plazo de potenciar a sus productores y facilitar el comercio global. Tenemos el desafío de un giro copernicano a la hora de abordar el comercio internacional y las políticas de estado asociadas.
En definitiva, para que Argentina regrese a la senda del desarrollo, debe adecuarse a los paradigmas modernos del comercio internacional y los gobiernos deben entender que nuestra cadena de crecimiento global se corta por el eslabón más débil: el productor.