Las externalidades se pueden definir como “los efectos positivos o negativos no previstos al inicio de la acción, y que surgen como resultado del funcionamiento autopoiético de un proceso dado”. Son las guerras las que proveen abundantes expresiones del epifenómeno. En el caso de la de Ucrania se están comprobando algunas de las previsiones que surgieron de los principales eventos del año pasado. El principal de ellos es la corroboración del nacimiento de una grieta global que atraviesa el mundo de una forma más o menos ordenada. Las sanciones de todo tipo impuestas a Rusia, por iniciativa principalmente de EEUU, están produciendo una profunda reconfiguración de lo que va a terminar siendo el lado autocrático de esa grieta. Las solidaridades se ponen en marcha, también las contramedidas. El dólar, en declinación según pronostican los especialistas, está siendo suplantado en las transacciones comerciales por el uso de las monedas locales. Asimismo, hay lúgubres pronósticos con los manejos de la energía y sus consecuencias sobre los alimentos. De cualquier manera es poco lo que se sabe de una realidad ensombrecida por las manipulaciones de la información: los horrores de las guerras confirman que siempre la verdad es la primera víctima. El trabajo se divide en seis partes. 1) los aspectos comunicacionales de la contienda, 2) los orígenes del conflicto, 3) los “privilegios” de Rusia Y EEUU, 4) el supuesto expansionismo ruso, 5) el curso previsible de la guerra, 6) la consolidación de la grieta global.
Producida la invasión de Ucrania por parte del ejército ruso, lo que se denominó eufemísticamente “operación militar especial” (OME), la condena a la guerra resultante está siendo unánime. La intensidad del sentimiento colectivo, condicionada por los medios, no tiene antecedentes en situaciones anteriores equiparables. El fenómeno muestra sus razones: el incremento del impacto está fuertemente influido por el avance tecnológico y la generalización en el uso de las redes sociales, así como por el carácter singular de la contienda, con inocultables proyecciones de cambio epocal.
En las guerras, la primera víctima es la verdad. Para el que se interesa, hay enormes dificultades para seguir la marcha del conflicto. De las dos campanas, la de “nuestro lado” tañe en los medios en forma excluyente y, por si fuera poco, hay países europeos censurando en forma inesperada a los medios de comunicación rusos, una práctica desacostumbrada en las democracias. Tampoco las plataformas más populares se han privado de contribuir con sus vetos. El 1 de marzo, YouTube ya había bloqueado los canales de Russia Today (RT) y Sputnik en toda Europa; “a raíz de la guerra en curso de Ucrania”, se dijo. Felizmente, en la Argentina no hubo restricciones. Incluso los medios gráficos principales vienen mostrando una relativa flexibilidad informativa que contrasta con la rigidez de los principales portales de los países desarrollados.
En todo caso, la información de ambos lados se ve neutralizada. Fake news, noticias sesgadas ex profeso, ocultamientos, contingencias irrelevantes reiteradas hasta el cansancio, y todas las herramientas imaginables para la guerra mediática, están siendo utilizadas todos los días. Hay que poner mucho ingenio y horas dedicadas para el seguimiento de los hechos decisivos[i]. A veces, hasta de los troles se puede extraer alguna pista.
A un mes de iniciada la guerra, surge la pregunta sobre su justificación: ¿la magnitud alcanzada por el conflicto guarda proporción con las causas aducidas para desencadenar y mantener activo su curso? ¿Rusia no podría haber resuelto la urgente defensa de la población rusoparlante del Donbass con los medios limitados que utilizó en 2014 cuando anexionó Crimea? ¿No era sabido que no estaba prevista la incorporación de Ucrania a la OTAN? ¿Necesitaba EEUU expandir la OTAN hacia el este, desconociendo los compromisos adoptados en 1991 para que ese desplazamiento no tuviera lugar ante la desaparición de la URSS y, sobre todo, desoyendo las opiniones de sus personalidades más calificadas en cuanto a que iba a pasar lo que terminó pasando? ¿Se activó el teléfono rojo?
Si bien este conflicto, en su formato de guerra abierta, se pone en marcha en noviembre del año pasado, es en 1991 que tiene su origen con la desaparición de la URSS. Ucrania recién ahora cumple apenas 30 años de vida independiente. Como país, había sido creado por los bolcheviques luego de la Revolución de Octubre de 1917 -en particular bajo el influjo del leninismo que se impuso en colisión con el estalinismo, un contencioso secular curiosamente visto ahora por Putin con ojos revisionistas- pero siempre vivió bajo la cobertura de la Unión Soviética, de la que fue fundadora en 1924. En el transcurso, Ucrania obró de incubadora de un patrioterismo enfermizo en sus élites con un componente antirruso muy marcado. En la Segunda Guerra Mundial, bajo la influencia del caudillo nacionalista Stepan Bandera, llego a combatir junto a los alemanes, incluso participando en actividades de exterminio de la población civil. Por esa razón, ese personaje y ese nacionalismo son odiados por igual por rusos, polacos y judíos, que fueron los más afectados por esas siniestras y no olvidables prácticas. Sin embargo, en 2010 Bandera fue declarado Héroe de Ucrania, una distinción a la que se le asigna rango constitucional.
En el desencadenamiento de la guerra hubo dos actores protagónicos: Putin y Biden. Cuando el líder ruso acantonó 150.000 soldados bien pertrechados sobre la frontera con Ucrania, y dijo que era para unas “maniobras militares”, hubo dos aspectos del operativo que no cerraban: la cantidad de efectivos, un poco alta para ejercicios de rutina, y las tropas que permanecían inmovilizadas, es decir, sin hacer las maniobras. Por el lado del presidente de EEUU, auguró en forma reiterada una “inminente invasión”, que, a costa de no cumplirse en las sucesivas fechas fijadas, terminó pareciendo más un recurso de la retórica yanqui que un lúgubre pronóstico. Hasta que llegó el día. Fue cuando Putin reconoció la independencia de la República Popular de Donetsk (RPD) y la República Popular de Lugansk (RPL), y de inmediato puso en marcha las tropas para ingresar en territorio ucraniano.
A pesar de que las informaciones de uno y otro bando eran contradictorias, existían elementos objetivos para haber pronosticado con precisión el curso de los acontecimientos. Rusia ingresó con una hoja de ruta elaborada con el tiempo suficiente para programar, simular los escenarios, y traducir los resultados en una operatoria que comenzó a aplicar desde el primer minuto. Por añadidura, aprovechó la vecindad (frontera seca), las manos libres que le dejó Biden, la inteligencia suficiente (un siglo de manejo territorial con seguramente una dotación numerosa de células dormidas). De entrada, Rusia inmovilizó todas las partes de las fuerza armadas de Ucrania, tierra, aire y mar; sólo quedaron grupos dispersas del ejército y los destacamentos nacionalistas, reforzados en una magnitud indefinida por voluntarios internacionales y mercenarios. Eliminó los aeropuertos, aviones y helicópteros. Desactivo los medios de comunicaciones de manera que las tropas dispersas quedaron sin un mando centralizado dependiendo solo de su propia iniciativa. La flota fue eliminada de entrada; la nave insignia fue hundida por el propio capitán para que “no fuera capturada por los rusos”[ii].
Por su parte, Ucrania, con FFAA muy inferiores 1 a 10, nunca tuvo la iniciativa, y ni siquiera la certeza de si sería invadida y muchos menos cuándo. Los resultados fueron obvios. Obviamente, lo único que les quedaba era atrincherarse en las ciudades.
Rusia sitió rápidamente las ciudades más importantes. Tomó Jerson al sur y puso toda la energía en Mariúpol. La razón es obvia: controlar el corredor Crimea/Donbass y toda la costa del Mar de Azov. En el ínterin, comenzaron las conversaciones entre las partes, primero en Bielorrusia, y ahora en Turquía. Se dice que avanzan en algunos de los temas requeridos por Rusia. Lo ríspido quedará para el final, y lo importante es el ritmo. El tiempo de Zelensky es contradictorio: por un lado tiene apuro por la destrucción ininterrumpida de su infraestructura militar, por el otro retarda las conversaciones a la espera de una supuesta ayuda que pueda provenir de afuera.
Aunque no está escrito en ningún lado, la realidad de las últimas décadas muestra que sólo EEUU y Rusia pueden intervenir militarmente afuera de sus fronteras. Es un raro “privilegio” que establece entre las dos superpotencias nucleares una relación hasta parecería en algunos casos de complicidad. Por ejemplo, ahora en Ucrania, EEUU le dejó las manos libres a Putin con la promesa de que no se iba a comprometer militarmente bajo ninguna circunstancia. Fue como una devolución de gentilezas. Es un hecho poco conocido que Putin fue el primer líder extranjero en llamar al presidente Bush luego del 11S para ofrecerle apoyo. Al poco tiempo el presidente ruso cumplió con su palabra: facilitó el ataque militar contra el régimen talibán, al ingresar EEUU con una de sus columnas por el norte de Afganistán, a través de los países aliados exsoviéticos de Asia Central[iii]. En algunos casos, como en el de la prolongada y desgastante guerra siria, las fuerzas de ambos países convivieron en las acciones militares sin ningún tipo de roce. En cambio, el mundo estuvo al borde de una nueva guerra mundial en 1962 cuando Kennedy bloqueó Cuba (ad infinitum) para que los rusos sacaran los misiles que habían instalado en la Isla.
No todos los formatos de las guerras son iguales ni tampoco lo son las razones aludidas para justificar las intervenciones, normalmente indefinidas o fantasiosas. Pero en sus resultados todas tienen un rasgo en común: la destrucción generalizada de la infraestructura, la desestructuración de las instituciones, las abultadas bajas civiles y militares y, en algunos casos, desplazamientos poblacionales internos y extra frontera, absolutamente desmesurados. Normalmente, hay una disparidad entre lo aducido como justificación de la intervención y los logros directos o indirectos; son las externalidades que se pueden definir como “los efectos positivos o negativos no previstos al inicio de la acción, y que surgen como resultado del funcionamiento autopoiético de un proceso dado”. Un ejemplo son los desplazamientos de población que dan lugar, en muchos casos, a las emigraciones. En Ucrania se calcula que 4 millones de personas se han ido del país; lo hicieron de entrada, compulsivamente, incluso antes de verse afectados por las acciones militares. La vuelta será tan difícil como anhelada. Pero si hay destrucción de viviendas, instalaciones, infraestructura, empresas y puestos de trabajo, y si además pasa el tiempo, la emigración se estabilizará, y el momento del retorno se irá alejando. A su vez, y como contrapartida, si el emigrado busca refugio y se asienta, su nuevo ubicación implicará una adaptación al contexto, y la posibilidad de añorar pero también de ver en perspectiva crítica sus anteriores circunstancias; un reentrenamiento forzado de consecuencias contradictorias pero al fin reconfigurantes. Son las duras peripecias del día a día para millones de refugiados en distintos lugares del mundo.
Los Balcanes, que afectaron a seis ex repúblicas yugoeslavas, Irak, Siria, Libia, Georgia, Afganistán y ahora Ucrania, como las más notorias, obran de ejemplos de las anormalidades anotadas. Países altamente cristalizados, renuentes al cambio, con recursos materiales y/o simbólicos (ubicaciones estratégicas, antecedentes históricos notables, ascendiente regional, líderes prominentes, etc.), fueron los afectados. Los daños causados por las intervenciones han dejado profundas huellas y, en la mayoría de los casos, tardan años en recuperarse.
Aunque su geografía lo desmienta, Rusia no es una potencia expansionista. Los datos de la historia lo prueban sobradamente.[iv] Hasta donde se sabe, los conflictos de Rusia con sus vecinos se han terminado. Lo de Ucrania está en vías de estarlo pero ese contencioso tiene un carácter de mayor complejidad y, como se está viendo, de complicación. No es un problema territorial. Rusia no se va a llevar de Ucrania ni un almácigo.
Para un estudio serio y desapasionado de la guerra en curso es menester desembarcar en el núcleo de la problemática. Es el lugar natural del Keohane y Nye pero principalmente, en este caso, de Waltz. Institucionalismo neoliberal e interdependencia compleja convenientemente adobados con una buena dosis de realismo estructural. Siempre un poco de los dos, pero en este caso hubiera sido necesarios un enfoque más realista, a la luz de los consejos de las personalidades norteamericanas más influyentes como se puede ver en el dossier adjunto[v].
Está probado que las alertas tempranas no surtieron efecto. Henry Kissinger, Joseph Nye, George Kennan, Robert McNamara, William Burns, Robert Bowie, Bill Perry, Thomas Friedman, John Mearsheimer, 50 académicos de primera línea, think tanks como Cato Institute y Rand Corporation, hasta el cineasta Oliver Stone, dijeron que iba a pasar lo que finalmente terminó pasando. En ese sentido, es imperdible el alegato “Yo estuve allí: la OTAN y los orígenes de la crisis de Ucrania” de Jack F Matlock Jr., que era el embajador de EEUU en Moscú en 1991 cuando se disolvió la URSS[vi]. En las relaciones internacionales las líneas rojas no pueden ser traspuestas ni con Rusia ni con EEUU. Es el realismo,…
La guerra ucraniana está en curso. Hay ya algunas cuestiones acordadas en las negociaciones que han tomado estado público aunque todavía no han sido establecidas formalmente. Otras son inferibles, de acuerdo a las correlaciones de fuerzas desplegadas en el campo, las posiciones ocupadas, y lo manifestado como objetivo por Rusia cuando desencadenó la OME. Sucintamente tenemos lo siguiente:
· La parte ucraniana ya reconoció por escrito en Estambul que se aviene a la neutralidad y al no ingreso a la OTAN (¿se mantendrá el compromiso? Los rusos dicen que Kiev es manejada por Washington para alargar artificialmente el conflicto. ¿Venta de armas?).
· Rusia continuará destruyendo a distancia, sin presentar batalla, todo la infraestructura militar ucraniana, hasta su extinción definitiva. Sus misiles hipersónicos y de crucero de última generación pueden atinar en un plato de postre desde 100 Km de distancia.
· Rusia continuará exterminando nacionalistas y mercenarios, a distancia y sin presentar batalla. Ni los militares que se rindan ni la población civil se verán afectados intencionalmente. El pan-eslavismo es un élan vital determinante en la cruzada rusa y factor de inspiración en el imaginario de Putin; no lo es para la élite ucraniana, ni muchos menos para nacionalistas y mercenarios.
· La única ciudad sitiada que luego se atacó fue Mariúpol. No habrá más rupturas; tienen un alto costo en vidas humanas. Se genera un problema de difícil solución porque los destacamentos nacionalistas usan las ciudades para atrincherarse. Las ciudades sitiadas son un factor de presión en las negociaciones. Mariúpol es estratégica por otra razón.
· Rusia se propone armar un cordón de repúblicas autónoma afines, por lo menos desde Crimea al Donbass. Ucrania perderá la salida al Mar de Azov (depende cómo quede el status del Donbass en la nueva Ucrania). Está por verse el status futuro de tres óblast: el de Dnipropetrovsk, al este del Rio Dniéper, el de Járkov al Norte y el de Odessa, donde está la perla del Mar Negro.
· Coinciden EEUU y Rusia en que el conflicto se irá prolongando. Coadyuvantes: operaciones burdas tipo Bucha, envío de armas, proclividad mediática que incentiva la animadversión antirrusa, timing ruso cansino, fantasías redentoras del nacionalismo ucranio, agachadas en las negociaciones.
· Con el tiempo, la diáspora se aquerenciará en sus destinos provisorios.
· Se descartan la partición del país y las anexiones territoriales
· Habrá algún tipo de reforma constitucional y un gobierno menos escorado
· No es de descartar que las RPD y RPL le hagan juicio a Poroshenko por la masacre del Donbass perpetrada desde 2014 (14000 muertos según la ONU).
La grieta global
Biden es el gran promotor de la reconfiguración planetaria. Lo es ahora con las sanciones y en general con su actitud ante la guerra de Ucrania, ejerciendo un protagonismo inesperado que ya se expresó en distintos eventos del año pasado. El más significativo fue la Cumbre de la Democracia en diciembre, que convocó vía zoom a 100 países. Motorizada en forma excluyente por la presidencia estadounidense, los participantes lo hicieron de acuerdo a una selección arbitraria que generó preocupación. Medios y fundaciones de aquel país se preguntaron -en algunos casos con sentido crítico, extrañeza y hasta con sorna- si era conveniente para EEUU dejar tantos países afuera de la selección, algunos de los cuales deberían haber sido convocados, y tener adentro otros sin los suficientes merecimientos. En el mapa, con color rosado, se notan los participantes en la cumbre. Con las sanciones producto de la guerra de Ucrania, también se estableció una división del mundo por la mitad. Una comparación entre los dos mapas puede estar indicando algunas correspondencias que tengan que ver con el decurso de los acontecimientos actuales:
Claramente se ha establecido una grieta global. La exclusión ya fue anticipada por la reunión del G7 en Carbis Bay (UK), en junio de 2021. Tanto a través del tono y los contenidos de la declaración final como del simbolismo de la presencia física de la casi centenaria reina Isabel en la Cumbre (un tanto sobreactuada), los integrantes de ese grupo pusieron en claro sus intenciones de formar rancho aparte y dejar de lado a China y Rusia, luego de convivir con ellos en los 14 años de funcionamiento del G20. Ahora habrá dos grupos de países: los democráticos con la conducción del G7 y los autocráticos convocados en torno a la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). En el marco de la guerra, las sanciones y los nuevos acuerdos para el comercio prescindiendo de dólar y privilegiando las monedas nacionales (Rusia, China, India, Irán, Turquía, Arabia Saudita (¡), Serbia, Hungría…), están acomodando las piezas. Estas cuestiones ya fueron anticipadas en trabajos del año pasado y principios de este[viii]. Obviamente, la nueva problemática de la grieta global formará parte obligatoriamente de las preocupaciones de todos quienes se avocan a las cuestiones internacionales. Estamos ingresando raudamente a la fase superior de la globalización. El mundo comienza a funcionar de una manera radicalmente distinta según la lógica de la confrontación y la complementariedad en múltiples planos. No será la lógica formal la que lo explique. Hay que desentrañar los enigmas…
Cuatro ejes serán referenciales:
1. Solución a la pobreza extrema (inversiones, creación de fuentes de trabajo decentes)
2. Infraestructura de conectividad (cambio en la matriz comunicativa global, de lo radiocéntrico a lo reticular)
3. Reinstitucionalización, con énfasis, según la lógica de la grieta, en la reconfiguración de los mercados mundiales del comercio de bienes y servicios. No son esperables grandes cambios en las mayoritarias cadenas globales de valor (GVC) que constituye las ¾ de las transacciones. En cuanto a los aspectos financieros la nota destacada será la progresiva declinación del dólar como moneda hegemónica. Los países autocráticos ya están programando hacer sus transacciones en las monedas locales. Los chinos crean un S.W.I.F.T. alternativo.
4. Descarbonización al 2050de las economías del planeta (matriz productiva y energética).
Referencias:
[i] Hay formas indirectas, inferenciales, de hacernos una idea, a pesar de la manipulación informativa, de la marcha del conflicto en base a todo lo publicado en todos lados, sin discriminar, o los huecos en las noticias de eventos claves. Por ejemplo, si una fila de camiones de 45 Km de longitud permanece detenida en las inmediaciones de Kiev durante 10 días -al punto que su foto se vuelve viral- para los medios occidentales hay problemas logísticos; la realidad es que si se pueden estacionar sin ningún apuro es porque el enemigo perdió la capacidad de atacarlos. Si no hay combates aéreos significa que uno de las partes se quedó sin aviones o sin la infraestructura suficiente para ponerlos en condiciones de volar. Que los propios ucranianos hayan hundido el buque insignia de la flota, implica que esta dejó de existir. Si los medios solo informan de sanciones a empresas y personas, desplazamientos poblacionales y ciudades situadas, quiere decir que no hay acciones militares para registrar. Una guerra sin batallas. Si no hay batallas a campo traviesa, demuestra que la defensa ucraniana ha sido dispersada y solo les queda atrincherarse en las ciudades. Si los rusos rompen las defensas de Mariúpol, y de entrada toman Gerson -y están organizando un plebiscito para formar otra “república autónoma”-, mirando el mapa se ve la importancia que tiene el dominio del corredor Ucrania/Donbass, a diferencia de otras zonas como el oeste, o el mismo Kiev donde luego de avanzar en las conversaciones de Estambul, los rusos han decidido replegarse para darles un respiro. El tren que sacaba los refugiados desde Kiev a la frontera oeste nunca fue tocado aunque podría haber sido inmovilizado el primer día. Si los sitios a ciudades, como suele suceder, quedan estáticos, quiere decir que se usan como factor de presión mientras se gana tiempo para las negociaciones diplomáticas. A Rusia no le conviene matar civiles en Bucha ni en ningún lado; tampoco lo necesita. En cambio los nacionalistas UKR sí necesitan cadáveres para montar operaciones mediáticas, y además tapar el hecho de que si volvieron a los alrededores de Kiev, es porque Rusia se retiró en forma voluntaria. Y así de seguido…
[iv] Hace siglos, comenzó a ocupar Siberia que, por sus características morfológicas, era un continente imposible de ser habitado en forma permanente. No tuvo que expulsar ni dominar a nadie. Sólo había tribus nómades (esquimales) que aún hoy sobreviven totalmente asimiladas (incomparable con las atrocidades perpetradas por los conquistadores contra los indígenas en Norte, Centro y Sur América). La travesía de los aventureros rusos llegó hasta el continente americano, a lo que es hoy Alaska. Su posesión posterior es uno de los enigmas de la historia. En 1867 Alaska (con una superficie de más de la mitad de la de Argentina) fue vendida por los rusos a los norteamericanos a precio de ocasión: siete millones de dólares. Nunca pude encontrar en ningún lado una explicación satisfactoria de semejante ganga. Muchos años después, en 1991 cuando se disolvió la URSS, Rusia perdió el dominio de una superficie de tierra del tamaño de 2 (¡dos!) Argentinas juntas. En 2014 recuperó la pequeña pero estratégica Crimea (27.000 Km2), que toda la vida había sido rusa y soviética. La cosa fue así. En 1954, el ucraniano Nikita Khrushchev, siendo presidente de la URSS, en una atención para sus connacionales, les regaló la península, lo que fue aceptable en el marco de la existencia de la Unión Soviética, pero que luego de su disolución se volvió una espina para los rusos (la casi totalidad de la población ruso parlante reclamó la vuelta al seno materno). Con los resultados a la vista de la segunda guerra mundial, a Alemania le cobró la pequeña pero también estratégica Königsberg (223 Km2), que había sido hasta ese momento capital de la Prusia Oriental (patria de Kant y otros grandes de la ciencia y las artes; fue allí que vivió toda su vida Hannah Arendt). El mismo año, luego de la derrota a los japoneses, les tomó Sajalín (72.500 Km2) y las islas Kuriles (10.500 Km2) que en realidad habían pertenecido al imperio zarista. El caso de Transnistria en Moldavia, Osetia y Abjasia en Georgia, son pequeños retazos dispersos, derivados de la disolución de la URSS que necesitaban un ordenamiento -desde una posición de fuerza claro está- luego del tremendo descalabro de la desaparición del imperio soviético, que para Putin fue la mayor catástrofe del siglo XX. En suma, la performance rusa en materia de apropiación territorial, no resiste una comparación ventajosa con ninguna de las potencias coloniales, la americana y las europeas.
[v] Como anexo se puede ver en http://ingenieroalbertoford.blogspot.com/2022/03/ucrania-como-un-continuum-que-nos.html
[vi] Yo estuve allí: la OTAN y los orígenes de la crisis de Ucrania. Después de la caída de la Unión Soviética, le dije al Senado que la expansión nos llevaría a donde estamos hoy.