Mientras buscamos maneras de hacer frente a las temperaturas récord que amenazan con derretirnos y esquivar la variante Ómicron, nos damos el gusto de leer y cada tanto nos choca de frente alguna frase que nos sorprende:
“La agricultura deja de ser una actividad primaria y se convierte en el primer eslabón de la cadena industrial de la biomasa”, nos dice el muy serio profesor e investigador de la UBA Roberto Bisang, egresado de la UNR y oriundo del departamento Las Colonias, Provincia de Santa Fe.
Bisang tiene varias virtudes entre ellas, hace simple lo complejo; para el especialista la agenda de la bioeconomía es un conjunto de recetas productivas adaptadas a los desafíos del desarrollo sostenible.
Sus premisas se basan en que en Argentina hay recursos naturales excepcionales y desarrollo biotecnológico impulsado cada vez más por emprendimientos públicos y privados y además, capacidades empresariales y capital humano.
Si hiciéramos un esquema FODA (Fortaleza-Oportunidades-Debilidades-Amenazas) sobre la bioeconomía, el cuadrante de las Fortalezas nos resultaría pequeño en relación con el de las Oportunidades.
Bisang señala también los obstáculos para el avance de la bioeconomía entre ellos, uno no menor: “ciertas creencias ancladas en el pasado», y las lógicas prevenciones de lo nuevo que además requiere de largo plazo.
A su vez, sorprenden ciertas posiciones extremas, con argumentos sin sustento científico, con premisas divorciadas de la realidad pero que se han podido instalar en la opinión pública a través de campañas muy profesionales y costosas.
Ejemplo de ello es la oposición al uso de las nuevas tecnologías en la producción agrícola que en muchos casos permitiría reducir considerablemente el impacto del uso de agroquímicos y de aumentar los resultados sin necesidad de extender las fronteras agropecuarias o las críticas al dragado del río como a las explotaciones mineras aunque estén rigurosamente reguladas con racionalidad.
Los desvaríos de ciertos grupos “ambientalistas” que repiten fundamentos que además de atrasar, como el debate sobre modelos productivos, no pueden explicar sus propias contradicciones como rechazar per sé cualquier estrategia de producción en escala condenando a la sociedad a una versión atávica de la “Teoría del Decrecimiento” que exalta lo pequeño y artesanal.
Por el contrario, la bioeconomía propone un nuevo modelo de desarrollo basado en la industrialización eficiente de la biomasa, nos dice Bisang, recordando que este camino ya ha empezado a transitarse en países de mediano o alto nivel de crecimiento.
Si alguien piensa que la bioeconomía trabaja solo sobre alimentos, está enfocado pero se queda corto: la bioeconomía permite producir biocombustibles, bioplásticos, nutracéuticos y probióticos, entre otros productos.
La energía proviene de producciones biológicas renovables, derivadas de ciclos cortos de la naturaleza: los bienes de capital consisten en seres vivos, preexistentes en la naturaleza y pasibles de mejoras, biotecnología mediante, para hacer eficiente el proceso de fotosíntesis y la industrialización de la biomasa.
La industria utiliza convertidores biológicos como levaduras, enzimas, genética animal y vegetal. Los materiales provienen de monómeros y polímeros reproducidos sobre la base de la naturaleza, pero bajo procesos controlados
Detrás de todos estos conceptos que nos resultan extraños a la gran mayoría de los mortales, subyace el fascinante mundo del conocimiento y las nuevas tecnologías. ¿O no ha sido el desarrollo en las ciencias y sus inventos lo que le ha permitido a los seres humanos explorar continentes, mejorar los alimentos y ampliar significativamente la expectativa de vida?
En este paradigma, la eficiencia no solo se basa en los procesos de transformación del producto principal, como el caso del maíz en bioetanol, sino en la captura y puesta en valor de subproductos como los derivados de la fermentación del maíz.
Una agenda similar a la del desarrollismo de los años 60 con la diferencia que por aquella época era el fordismo y el uso masivo de los materiales inertes y las energías fósiles el centro del modelo.
Seguramente que la industria seguirá siendo uno de los motores relevantes del desarrollo pero también las nuevas realidades y cambios en las condiciones internacionales necesitarán que algunos sectores deban repensarse y avanzar a paso sostenido hacia la descarbonización y el abandono de los materiales no renovables.
Las nuevas tendencias que alumbran prevén una mayor demanda de alimentos y de productos y servicios intensivos en el uso de biotecnología. Esto mismo sostiene Bisang; que hay que emprender una reindustrialización mirando el futuro y no el pasado. En los años 60, las industrias de punta eran las producciones de insumos básicos y los sectores como el automotriz y la petroquímica, hoy ese eje pasa por las industrias con base en lo biológico.
“Allí residen las mayores posibilidades de éxito competitivo que abra ventanas de oportunidad en esta etapa de globalización desacoplada”
Bisang preveé un boom internacional en las próximas décadas sobre todo derivadas de la ampliación de dos espectros tecnológicos que convergen a una increíble velocidad: las TICs (Tecnologías de la Información y la Comunicación) y las biotecnologías. Argentina tiene todas las condiciones para entrar por la puerta grande a la nueva era.