El mundo cambia de una forma cada vez más acelerada. En el pasado, grandes procesos de transformación global podían demorar siglos en materializarse, hoy apenas décadas, cuando no años. Aunque no haya pasado tanto tiempo, ya lejos nos quedan la “diplomacia del ping pong” y la “ruptura sino-soviética”, conflicto de desconfianza mutua entre la Rusia comunista, en ese entonces URSS, y una China subdesarrollada y distante del resto del planeta.
A partir del inicio de este siglo, sin embargo, la situación del mundo es bien distinta y podemos identificar una nueva etapa en la historia de la relación sino-rusa. En 2001, con el país de los zares en reconstrucción a una década del colapso de la Unión Soviética y con el gigante asiático escalando rápidamente posiciones en el ranking de potencias mundiales (apuntalado por su exponencial crecimiento económico), se firma el “Tratado de Buena Vecindad y Cooperación Amistosa” entre ambas naciones. Del lado chino el firmante fue el presidente de aquel momento Jiang Zemin, del lado ruso ya lo teníamos de protagonista a Putín.
A juzgar por su nombre, el tratado parece tener que ver con el desarrollo pacífico de ambos países, no obstante, gran parte del mismo alude a cuestiones de seguridad, defensa y cooperación militar, dejando en claro sus objetivos. En él establecen que ninguno tendrá injerencia en los asuntos del otro y tendrán libertad para actuar en la defensa de sus intereses nacionales, que no formarán alianzas que comprometan la seguridad de la otra parte y que cooperarán en materia de defensa en caso de que alguno sufra la amenaza de un tercero.
Con este tratado como punta pié inicial, a partir de ese año se firmaron una sucesión de acuerdos, gran parte de ellos en materia energética, que dieron paso a una consolidación de la relación. Sin embargo, más allá de las distintas temáticas abordadas entre ambos, este acercamiento tiene que ver, principalmente, con compartir un mismo problema: diferencias con occidente.
Si bien las disputas que mantienen los dos países con occidente difieren, ambos comparten una postura revisionista, y ello los lleva a desafiar al mismo oponente. Así, en un contexto de constantes fricciones (sobre todo con Estados Unidos) el vínculo que llevan adelante les sirve para apoyarse uno a otro en la persecución de sus propios intereses.
Desde un punto de vista estratégico, China se acerca a Rusia en busca de aliarse a una potencia nuclear. Existen 5 países con arsenales nucleares declarados, que son quienes forman parte de manera permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Además de China y Rusia, pertenecen a este exclusivo club Estados Unidos, Reino Unido y Francia, tres miembros de la OTAN. Teniendo en cuenta este escenario, Rusia, el país con el mayor arsenal nuclear del mundo, le aportaría a la República Popular una ampliación de sus capacidades nucleares (sumando ambos arsenales) y un aliado con quien contrarrestar el poder de occidente en el plano internacional. Asimismo, siguiendo esta misma línea, China ha sido un gran comprador de armamento ruso y ha acordado transferencia de tecnología militar de su vecino, a la vez que han realizado ejercicios militares conjuntos.
La alianza entre ambas naciones no termina ahí, hay otros aspectos de la relación, aunque también vinculados a asuntos de seguridad. Tal es el caso de una cuestión considerada sensible como la seguridad energética, que si bien tiene alcance económico, China le asigna la categoría de asunto de seguridad nacional.
La lógica del comercio bilateral entre ambos países no difiere de la que China mantiene ante gran parte del planeta, con el gigante asiático siendo el principal socio comercial de Rusia, y con un patrón de intercambio de productos industriales por materias primas. Pero la complementación que encuentran en materia energética es clara: Rusia tiene abundancia de recursos energéticos y China necesita cada vez más cantidad; Rusia necesita diversificar los destinos de sus exportaciones y China necesita diversificar las fuentes de suministro; Rusia envía gran parte del petróleo y el gas que extrae a Europa, con quien se encuentra fuertemente enfrentada, en tanto que la mayor parte de las importaciones de energía de China provienen de Asia central y oriente medio, regiones de mucha inestabilidad política.
Por otra parte, debido al crecimiento del consumo de energía y, a consecuencia de ello, de las importaciones de petróleo, una de las preocupaciones de las autoridades chinas ha sido la alta dependencia del uso del estrecho de Malaca (corredor entre Malasia y la isla indonesia de Sumatra que une la ruta marítima de Medio Oriente con China) para la llegada de buques petroleros. La presencia militar de Estados Unidos en dicha zona es percibida como una amenaza a la seguridad energética, ya que el gobierno chino considera que ante cualquier conflicto que se desate, el país americano bloquearía el estrecho provocando un corte en el suministro. Esta situación llevó a China a impulsar acuerdos de inversión con Rusia, con quien comparte 4.300 km de frontera, a fin de importar petróleo a través de oleoductos así como también desde las costas orientales rusas. De esta manera, una asociación estratégica entre los dos Estados para el suministro de gas y petróleo, dadas sus necesidades, favorecía a ambos.
Si bien el acercamiento continuó, las trabas regulatorias rusas y el rechazo a que China avanzara en la explotación de los recursos que se encuentran en la Siberia, impedían una mayor integración en materia energética. De todas formas, China aprovechó momentos de falta de liquidez (por ejemplo la crisis financiera de 2008) que afectaron a compañías rusas como Transneft y Rosneft, para prestarles fondos a cambio de asegurarse el suministro de petróleo por varios años.
El momento decisivo que terminó de unir los destinos de los dos países fue la anexión de la península de Crimea por parte de Rusia en 2014. A partir de allí, China ha sacado rédito de los conflictos que se abrieron entre Moscú y occidente. Dicha ocupación fue fuertemente condenada por Europa y Estados Unidos, y se decidió la aplicación de sanciones, lo cual determinó que el país más extenso del planeta acudiera, una vez más, a su aliado chino, quien no se pronunció sobre el conflicto a pesar de su histórica defensa del principio de integración territorial (postura que mantiene a raíz de su reclamo por Taiwán). Como resultado de esta situación, ese mismo año ambos países suscribieron el contrato de gas más grande de la historia, valorado en 400.000 millones de dólares, por el cual Gazprom suministraría dicho combustible a China. El acuerdo fue un gran respaldo a Rusia ante las sanciones de occidente, y, en retribución, la flota rusa realizó maniobras militares junto a la marina china frente a las costas de Shanghai, en claro desafío a Japón y Estados Unidos.
En 2022, con la invasión total a Ucrania, Rusia volvió a subir la apuesta y, de esta forma, puso nuevamente a prueba la alianza con China. Días antes de la ocupación del territorio ucraniano, Putin viajó a Beijing en ocasión de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno, y en la declaración conjunta retomaron la terminología afectuosa, mencionando que ambos países tienen una “amistad sin límites”. Sin embargo, la temática volvió a ser occidente y la cooperación militar y energética. Putin, que ya estaba preparando la acción militar, buscaba una vez más contar con el aliado chino a sabiendas que su intervención en Ucrania provocaría mayor tensión con occidente, más sanciones e interrupción de envíos de gas a Europa. En cuanto a China, principalmente buscaba que la contraparte rusa acompañe su preocupación y rechazo a la alianza militar AUKUS, que acababan de conformar Estados Unidos, Reino Unido y Australia, por el cual los dos primeros suministrarán tecnología a los australianos para la construcción de 12 submarinos de propulsión nuclear, con el objetivo de defender los intereses de estos países en la zona del Indopacífico.
En materia energética, sabiendo que iba a negociar en peores condiciones después de la invasión a Ucrania, el gobierno ruso apresuró un trato para el incremento de suministro de gas a China desde el lejano oriente del país a través del gasoducto Power of Siberia, por el cual Gazprom enviará al gigante chino CNPC 10.000 metros cúbicos adicionales al año del hidrocarburo. Si bien, estos contratos ayudan al Kremlin a sobrellevar su creciente aislamiento, exponen al país a una mayor dependencia de China, el único mercado que puede suplir la pérdida de Europa como cliente.
Luego de iniciada la acción bélica sobre Ucrania, los precios de del gas natural y el crudo Brent escalaron dramáticamente (cabe aclarar que los precios de estos commodities venían subiendo desde antes del conflicto por otros factores). Estas alzas otorgan mayor fortaleza a los países productores y ponen en riesgo la seguridad energética de los importadores netos de dichos commodities. La suspensión del proyecto Nord Stream 2 (gasoducto que unía a Rusia con Alemania a través del mar Báltico) fue una difícil decisión del gobierno alemán que reconfigura el escenario global del mercado de gas, y China puede volver a ser receptor de los flujos que, debido a conflictos políticos, no llegan a occidente (el petróleo iraní es otro ejemplo); pero no pagará los altos valores del mercado, las condiciones serán otras.